martes, 19 de febrero de 2008

Bu.

El jueves en la noche mis roommies terminaban exámenes (hasta febrero...¡qué pedo!), así que decidieron que había que celebrar a lo grande. Se preparó un precopeo en el piso (que acaban como a las 2 de la mañana) y luego irnos a un antro, aquí aún llamados discotecas (y luego nos dicen que los mexicanos - con X - hablamos como viejitos).

Y como yo no tenía zapatos de salir de invierno porque mi madre santa me prohibió traerme los suyos, Ade me llevó a una tiendita escondida donde venden súper baratos. Total, que encontré unos a 6 euros. Negros, tacón alto, cómodos. Maravillosos.
Total, yo andaba fascinada por la vida con mis zapatos nuevos, sobre todo porque me habían salido súper baratos.

En Madrid, sin embargo, todo queda cerquita. Y los taxis son caros. Así que lo que se acostumbra hacer es ir a pata pa todos lados. Como a las 3:30 mis piecitos santos ya me dolían. Pero el alcohol era mi aliado, y con un poco de poder etílico todo dolor, físico o emocional, se olvida.
Sin embargo, por ahí de las 6 de la mañana ya no podía ni andar dos pasos por mi vaso a la mesa. Así que me senté.

Pero en una de esas decidí pararme a no sé qué (¡graaaan error!) y PAS!!: tacón roto. Grito de terror peor que si se me apareciera el mismísimo Mocha Orejas. Pero no paró ahí. En el momento en que acercaba a algún ente para contarle de mi gran tragedia, PUM!!¡ el otro tacón se rompe!

Estuve a punto de derramar tamaños lagrimones... pero no, qué tal que se corre el rímel. Y mi glamour ya andaba muy por los suelos.

Caminar a casa fue todo una aventura.

domingo, 10 de febrero de 2008

Todo guay

A casi dos semanas de haberme ido, y sigo con jet lag. "Es por la falta de actividad," me dijeron.

"Es que hablan bien chistoso," nos dicen nuestras roommies mientras se ríen, sentadas en el piso de nuestro cuarto.
"Ustedes son las que hablan chistoso."
Nueve niñas - y una aún por llegar - viviendo en un piso es algo que nunca había experimentado. Por la mayor parte de mi vida había vivido con tres personas a las que veía poco y había tenido un cuarto para mí sola más grande que la sala de la casa donde estoy viviendo ahora.
Ahora extraño tanto que a veces duele a esas tres personas que casi no veía. He aprendido que el extrañar y que la ausencia causan un pequeño hueco en el pecho, chistoso y duro y que si bien se achica no se quita del todo.

Y sin embargo, estoy bien. Las cosas van bien y sorprendentemente el adaptarse a casa nueva, gente nueva, costumbres nuevas - y las no tan nuevas - ha sido fácil. El idioma es el mismo. Y a la gente le gusta beber y salir a divertirse en todas partes del mundo.

Hemos tenido suerte. Nos hemos topado con buena banda.
Vaya, pero si lo que quería cuando planeamos todo esto era un cambio de escenario, sí que lo hemos conseguido. Poco a poco lo nuevo se va convirtiendo en lo cotidiano.

Aún me pierdo para llegar a mi casa, aún no entro a la escuela y ya me urge, aún necesito sacar mi calculadora para convertir de euros a pesos. Pero ahí vamos. Y agradezco mucho a quienes han hecho el proceso por acá mucho más fácil.
A dos semanas de estar acá ya tenemos amigos, ya me he emborrachado tres veces, ya he ido de compras, ya me he acabado el saldo de mi celular, y ya me he acoplado a una casa que ya estaba formada antes de que llegáramos.

Pronto (cuando mi computadora tenga internet) postaré seguido de cómo va la vida por acá.

Por mientras, saludos a la banda. Se les extraña duro a todos.